Cuaderno de bitácora de Abril 2000

En Austria

En el Instituto médico forense

En Digne

En la mezquita de Add'wa

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En Austria

Después de una escala en Viena, un pequeño avión me lleva hasta Klagenfurt, en Carintia cuyo gobernador es Jorg Haider. La frontera con Eslovenia está muy cerca.

En el centro urbano, una librería celebra un acontecimiento especial. Helga, la directora, que también es editora, recibe el premio europeo de los Derechos Humanos. Este premio que honra también a todos los que trabajan para que esta librería sea un punto de encuentro inter cultural con publicaciones en varios idiomas, con el afán de dar la palabra a los refugiados y a las minorías. Es una oportunidad para invitar a los autores y reunir los grupos de apoyo.

Los medios de comunicación están ahí. ¿Pero que podrán decir? Admiro a Helga por su valentía. Defiende la libertad de expresión, toma partido por los refugiados y no le da miedo publicar obras de autores comprometidos.

La situación no es fácil, los nubarrones empiezan a acumularse. Pero la determinación de Helga y su equipo permanece intacta. Nadie tiene miedo. Todo el mundo se alegró de que yo hubiese venido de Francia para apoyarles y animarles a seguir adelante...


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En Digne

Desde hace seis años, Salah Karker, uno de los principales oponentes tunecinos, cumple arresto domiciliario, separado de su familia. Hoy, no tiene derecho a salir de Digne, pequeña ciudad cabeza de partido de Alpes de Alta Provenza.

Llegué de Ginebra en coche. Invitado por el presidente de Derechos Humanos de la región. Apartada de la ciudad, lejos de la circulación, una modesta pensión de familia da cobijo a Salah Karker. Vine a verlo con su mujer que vive en la región de París con los seis hijos de ambos.

Cuando tuve que marcharme de Évreux en 1995, Salah me había enviado un fax comunicándome su indignación ante lo que me ocurría y su entera solidaridad. Siempre conservé el duplicado de este fax lleno de pasión. En Digne, me tocaba a mí ofrecerle mi solidaridad,.

En 1988, Francia le había concedido el asilo político. En 1993, el antiguo ministro de Interior Charles Pasqua, al regresar de Túnez, decidió retirarle su libertad de movimiento sin más explicación. Después de tantos años, ni siquiera tiene derecho a un juicio. Y eso es lo que él reclama: "O soy culpable y no me pueden encerrar en un hotel. O no soy culpable y no se me puede encerrar de este modo". Hoy el caso se ha llevado ante la ONU, al Alto Comité de los Derechos Humanos.

Tuve el gusto de cenar con Salah y su esposa. Luego nos fuimos a la charla-debate en el Centro cultural de Digne. Había mucha gente. El debate tuvo altura. Se constituyó un comité de apoyo. Salah es un hombre feliz.



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En el Instituto médico forense

Françoise murió de repente. No tenía cuarenta años, SDF (sin domicilio fijo), durante años había padecido malos tratos y había conocido a Jean Claude que la respetaba y cuidaba. Ambos eran gente de la calle, vivían en la precariedad, frecuentaban los Restos du coeur (comedores solidarios). No podían hablarse sin chillar, discutían continuamente pero se adoraban y no podía vivir el uno sin el otro.

Jean Claude quería que yo fuese a darle una bendición al Instituto médico forense. Dejé lo que tenía entre manos y me acerqué a Françoise con dos militantes de asociaciones que la conocían. Al ver el rostro de la que amaba, Jean Claude sollozaba. "Yo acababa de regalarle su abrigo" me dijo.

Oré a Dios en voz alta, di la bendición antes de que cerrasen el féretro.

Nos marchamos a las afueras, a un inmenso cementerio, parándonos en el lugar reservado a los que no pueden tener tumba propia. Tres mujeres de Restos du coeur esperaban con flores en las manos.

Apenas había yo pronunciado las últimas palabras de despedida, Jean Claude tuvo la última palabra. "Mi Françoise, te amo con todo mi corazón. Cariño, lo eres todo para mí. Volveré para visitarte. Un beso".

El en café restaurante de la esquina, nos tomamos el tiempo de compartir el pan de la amistad. Me dijo Jean Claude: "¿Estaba bien lo que le dije antes a Françoise?".


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En la mezquita de Adda'wa

En el centro sociocultural de esta mezquita situada en el distrito 19 de París, los sábados, con regularidad, se llevan a cabo programas de formación. Ya había intervenido en otras ocasiones, invitado por el rector de la mezquita. El auditorio era musulmán, hambres a un lado, mujeres al otro. ¿El tema? La violencia. Comparto con ellos mi desasosiego: ¿Cómo puede ser que las religiones sean provocadoras de violencia, aplicando la ley del talión: ojo por ojo, diente por diente?

Últimamente, Nigeria ha sido sacudida por una ola de violencias entre musulmanes y cristianos dejando una veintena de muertos. ¿La violencia sería un dato constante de la historia de las religiones?

Partí de las enseñanzas de Jesús: el sermón de la montaña, que los monjes de Thibirine, en Argelia, tomaron en serio.

Se trata de una invitación a desactivar la violencia que se encuentra en cada uno de nosotros; una exigencia espiritual que nos lleva a superar la ley del talión para respetar la dignidad del adversario.


Los monjes del Atlas quisieron tomar el camino de la no-violencia, aceptando estar sin armas y sin protección. Vivieron una fraternidad desarmada. ¿Me habrán atendido? Esta enseñanza le sonaba a nuevo a más de uno.

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