Catecismo electrónico de Mayo de 2000

La Ascensión: del duelo al envío en misión

Babel y Pentecostés

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El equipo que trabaja en este catecismo os propone cada mes dos textos. Agradecemos vuestras sugerencias para mejorarlos.
Quisiéramos que este catecismo fuera una construcción común. No dudéis en someternos otros temas.


La Ascensión: del duelo al envío en misión

Los Evangelios y los Hechos de los Apóstoles nos dicen que después de haberse mostrado en varias ocasiones a sus amigos y parientes, Jesús resucitado había sido arrebatado al cielo. "Mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo", escribe el Evangelio de Lucas (24, 51). Los Hechos de los Apóstoles añaden: "Estando ellos mirando fijamente al cielo mientras se iba, se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco que les dijeron: Galileos, ¿Qué hacéis ahí mirando al cielo?" (Hechos 1, 10-11).

Esta fiesta de la Ascensión, aunque concierne a Jesús, nos habla sobre todo de sus apóstoles y discípulos. En efecto, era preciso que, tras haber tomado conciencia de que la muerte en la cruz no había aniquilado a Jesús, sus discípulos aceptasen que ya no estuviera con ellos como antes. Tenían que hacer el duelo de su presencia, tal como la habían conocido en el transcurso de aquellos años en que habían sido testigos privilegiados de su mensaje de vida. Lejos de esperar volver atrás, se trataba para ellos de marcharse, a su vez, para comunicar la Buena Noticia. En lugar de quedarse ahí mirando al cielo, es ahora la tierra, el mundo, que les llama.

Los signos no caen del cielo; están ahí, a nuestro alcance, emanan sin descanso del mundo en el que estamos insertados. Se trata ahora de implantar en todas partes el mensaje de ayuda mutua y de solidaridad, en el centro del cual la preocupación por los demás y el amor de Dios se juntan y se armonizan. Había dicho Jesús, el mismo que se había entregado especialmente a los más pobres: a mis discípulos se les reconocerá porque se aman unos a otros. Pero ¿Cómo seguir adelante, permanecer atento a las llamadas inéditas que se presentan? ¿Cómo acoger la aventura de la vida, si estamos aferrados a lo que ha sido?

Jesús ya no estaba con ellos de un modo tangible y aquellos hombres y mujeres, abandonados a sí mismoos, empezaron a creer en la fuerza del mensaje que vivía en su interior. Así los encontramos en Pentecostés, aún temerosos, agrupados para arroparse. Pero allí, bajo el impulso del Espíritu, se levantaron, se atrevieron a tomar el testigo, se pusieron a anunciar el mensaje de vida y de amor a todas las naciones.

La Ascensión y Pentecostés van estrechamente unidos. Concluido el duelo por la pérdida de la presencia de Jesús que les daba seguridad, ya fortalecidos por su Espíritu, pueden dispersarse para dar a conocer la Buena Noticia de aquél que les había acompañado por los caminos de Palestina.

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Babel y Pentecostés

El episodio de la Torre de Babel (Gen. 10) se suele entender como un castigo de Dios hacia un proyecto humano orgulloso: alcanzar el cielo por medio de la construcción de una torre. Para poner fin a este deseo insensato, Dios dispersa a sus autores y confunde su lenguaje. Una lectura más atenta permite plantear otros interrogantes ante este texto. Ser dispersado por toda la tierra no es, en la Biblia, un castigo de Dios sino a menudo el resultado de una bendición; este es el caso de los hijos de Noé, quienes, después del diluvio y la alianza que Dios concluye con ellos, se dispersan y repueblan la tierra. Los hijos de Noé se consideran los fundadores de las diferentes razas según su lugar de implantación y sus idiomas.

Sin embargo, los habitantes de la ciudad de la que nos habla el relato de Babel temen ser dispersados. Se refugian en un concepto de unidad que es mera crispación sobre una identidad de fusión. Es el sentido profundo del deseo de una ciudad única, de una única torre, de un único idioma, de las mismas palabras para expresarse. En un concepto con estas características ya no queda lugar para el diálogo, para la acogida, para la búsqueda. Significa incapacidad para abrirse al otro, al diferente, al extranjero y a la verdad del otro. La verdad es única y se impone a todos con la propia fuerza de Dios, que se apropian los constructores de la torre cuya cumbre quiere penetrar en los cielos.

Ante este peligro, ¿la dispersión y la diversidad de lenguaje son un castigo o una protección contra el monolitismo y la voluntad de poder? Dios no teme la rivalidad del ser humano, dicen, porque éste ha sido creado para hacerse semejante a él. Teme el encerramiento sobre sí mismo, la rigidez de la identidad, la lengua única que se convierte en jerga de entendidos. Teme la exclusión de las diferencias y la persecución de aquellos y aquellas que no estén conformes con la norma por su apariencia, su idioma o su opinión. Dios interviene para introducir la diversidad y romper el totalitarismo del pensamiento único. De hecho, los habitantes cesaron de construir "la ciudad" y, dispersándose por toda la tierra, pudieron construir "ciudades".

Se trata de la misma apertura y del mismo envío que se ponen de manifiesto en el acontecimiento de Pentecostés (Hechos 2,5-12). En efecto, a veces se contrapone Babel a Pentecostés; en realidad, es el mismo movimiento hacia la diversidad. La sala donde los discípulos de Jesús se habían reunido se abre y éstos salen y se ponen a hablar. "Al producirse aquel ruido (como una ráfaga de viento impetuoso) la gente se congregó y se llenó de estupor al oírles hablar cada uno en su propio idioma". Triunfa la diversidad, que no es oír hablar un único idioma, sino entender los otros idiomas. Significa abrirse suficientemente a los demás para comprender lo que dicen y para hacerse comprender por ellos, para escuchar su verdad y, a partir de esa verdad diferente de la mía, poder construir otra más rica y más conforme a la realidad. A partir de este empuje inicial, los apóstoles partirán, efectivamente, hacia lo que era para ellos "los confines de la tierra", Roma, Grecia, las islas del Mediterráneo... para anunciar la buena noticia de Jesús.


La apertura que el Espíritu cava en el corazón de los creyentes impide para siempre que éstos se bloqueen en una única idea, una única concepción de Dios, una única imagen del otro y de sí mismo. Es este empuje el que está a la obra en las instituciones, que, a veces, tienen propensión a existir para ellas mismas; eso ocurre en nuestras Iglesias que, por momentos parecen quedarse escleróticas, una acción subterránea se está llevando a cabo y reventará algún día en un nuevo Pentecostés. Tan pronto como una sociedad, una organización o una Iglesia empieza a replegarse sobre una lengua única y un pensamiento conforme, manifiesta una fragilidad identitaria y, a largo plazo, busca su ruina, porque cualquier sistema que se aísla de los intercambios que necesita para mantenerse muere. La presencia actuante del Espíritu prometida por Jesús a su Iglesia debería salvarla de esa clase de deriva y abrirla sin temor a las culturas, al diálogo interreligioso, a las investigaciones teológicas diversificadas y a las nuevas modalidades de convivencia.

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