Catecismo electrónico de Mayo 1999

Encuentro con el mundo agnóstico y ateo

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El equipo que trabaja en este catecismo os propone cada mes dos textos. Agradecemos vuestras sugerencias para mejorarlos.

Quisiéramos que este catecismo fuera una construcción común. No dudéis en someternos otros temas.

 


ENCUENTRO CON EL MUNDO AGNOSTICO Y ATEO

 

Nuestros países experimentan, afortunadamente, una mezcla cada vez mayor de culturas y razas. Como cristianos, esto nos lleva a conocer y convivir con agnósticos y ateos. Descubrimos la riqueza humana de aquellas y aquellos que, partiendo de otra filosofía de la existencia, participan de los mismos valores y solidaridades humanos. El encuentro con aquellos que declaran ignorar si existe un Dios (los agnósticos) o de aquellos que niegan la existencia de Dios (los ateos) plantea preguntas para nuestra fe. Interrogaciones útiles, fructíferas, aunque puedan llegar a ser inquietantes. Primero, nos hacen descubrir que no somos, ni remotamente, los únicos a los que preocupan la ayuda mutua y la solidaridad, y que es posible, incluso útil, comprometernos juntos en las grandes luchas por la justicia y la paz.

En estos encuentros, es preciso aceptar reconocernos vulnerables. ?Cómo, sin esto, abrirse al otro, diferente, animado por su propia búsqueda de sentido? Sus replanteamientos pueden ser agotadores; son la condición para un diálogo auténtico.

Estos contactos y colaboraciones nos llevan a menudo a discernir con mayor claridad en nuestra fe cristiana lo que es esencial y vital, junto a tantos aspectos más accesorios que se han acumulado a lo largo de veinte siglos de cristianismo.

De este modo, se establecen intercambios que permiten a unos y otros, tanto cristianos como agnósticos o ateos, profundizar en la escucha el respeto mutuo de su propia filosofía de la vida. Diversos son, en efecto, los caminos de la vida, en la misma búsqueda de o esencial.
Más allá de las antiguas distinciones, hechas de mucho desconocimiento recíproco, establecemos acercamientos fundados en la confianza.
Así se nos brinda la ocasión, por ambas partes, de vencer tantos malentendidos e incomprensiones.
Al purificarse nuestra fe, en contacto con los que viven otra filosofía de la vida, nace en nosotros una nueva libertad que nos permite afrontar mejor los grandes retos de nuestra época.
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EL MISTERIO DEL MAL

 

?Por qué sufren el hombre y la mujer? ?Cuál es el origen, cual es el sentido del dolor humano? Esta es la pregunta que todos y todas nos hacemos cuando el sufrimiento llama a la puerta y al contemplar el espectáculo de tantas injusticias, exclusiones, dolor. La pregunta no se formula necesariamente, pero está latente en la actitud que empleamos para afrontar este sufrimiento: rebelión o resignación, huida o aceptación más o menos espontánea. Intentemos situarnos ante la infinita variedad de modos de afrontar la cuestión del mal. Se imponen dos precisiones:

  • Por una parte el sufrimiento no agota el mal. Hay males que no padecemos de forma inmediata; que no por ello dejan de ser rostros del mal. Pensemos en la guerra, en las estructuras del mal que oprimen a los pueblos.
  • Por otra parte, ningún acercamiento al mal explica la realidad del mal. Estamos desamparados ante la acción brutal del mal. El cristiano, tanto como otros, carece de respuesta. Busca, lucha con otros contra el mal y sus efectos.

Debido a esta complejidad, que no es intelectual sino existencial, que alcanza a tantas personas en su carne, el cristiano sólo puede balbucear unas cuantas palabras acerca del mal. Primero, contempla el rostro de Cristo Jesús, que entró en el mal, la violencia, el fracaso, el sufrimiento. La víspera de su muerte, todos le abandonan. No sólo no evitó el mal sino que intentó llevar sobre sí el sufrimiento, el mal de toda la humanidad; y de modo privilegiado, el del inocente perseguido, el débil, el último, que padece de un modo especial la injusticia y la exclusión.

Además, aunque no resulta tan fácil pensarlo, el cristiano no sitúa el mal en Dios. Para él, el sufrimiento, el mal, está ausente del ámbito de Dios. No dice: "Dios ha querido el mal", por lo que haría de Dios un Dios perverso, un Dios que no es el Dios de la alianza. El Dios de Jesús y de los cristianos está buscando continuamente a la humanidad para decir a cada una y cada uno: "Tú eres muy valioso para mí".

?Entonces, dónde está el mal? El cristiano se niega a situarlo en el corazón del hombre. Nadie inventa el mal, todos lo heredamos. Afirmamos que el hombre, creado para la libertad, lleva en sí una herida, que no es la mera marca de su aspecto finito, sino que tiene algo que ver con el hecho de rechazar la vida y alejarse voluntariamente de Dios.

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