Catecismo electrónico de Febrero de 2000

El diálogo interreligioso

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El equipo que trabaja en este catecismo os propone cada mes dos textos. Agradecemos vuestras sugerencias para mejorarlos.
Quisiéramos que este catecismo fuera una construcción común. No dudéis en someternos otros temas.


El diálogo interreligioso

Con los medios de comunicación a nuestro alcance, nunca hemos estado tan cerca unos de otros en el planeta. Se han abolido las distancias. Se habla de "aldea global" porque ya no podemos ignorarnos. Lo mismo ocurre con las religiones. Las creencias circulan por todas partes, son parte dl paisaje. Hoy día, existe un ecumenismo planetario. Las religiones, en su gran diversidad, sientenla necesidad de entrar en diálogo, de conocerse, de compartir sus recursos espirituales y sus tradiciones.

En Asís, en 1986, las religiones se congregaron todas en el mismo pie de igualdad. No había confusión. Cada una conservaba su singularidad y se expresaba en su propia oración. Asís no ofrecía el rostro de una religión mundial, tampoco señales de una unidad supra religiosa; Se dejada presentir, en forma profética, una unidad más rica constituida por la propia diversidad de las religiones.

No estuvieron exentos de resistencias y reticencias. Los integrismos existen en todas las religiones. La falta de formación y el miedo a los cambios explican en parte estos bloqueos y estas intolerancias. El diálogo interreligioso no es espontaneo. Tiene sus atrancos. Pero, a menudo propicia un dinamismo de profundización y transformación de nuestra creencia.Si aceptamos el diálogo, por fuerza tendremos que movernos. Es otra manera de pensar, de ver y de comprender.

Afortunadamente, tenemos que reseñar que hoy existe en la base un diálogo interreligioso espontáneo entre hombres y mujeres de buena voluntad que actúan juntos y aprenden a conocerse en un clima de tolerancia. Pero se comprende que sea más difícil en la cumbre con los responsables y expertos de las religiones.

Las religiones no pueden conformarse quedándose con los suyos y aprendiendo a conocerse mejor. Han de encontrarse conjuntamente para tareas comunes en bien de la humanidad. Tareas urgentes que este tercer milenio reclama encarecidamente. Cuando los pueblos acomodados siguen explotando escandalosamente a los pueblos más desfavorecidos, tienen el deber de promover la justicia. Cuando las guerras no cesan de destruir las poblaciones, esperamos de ellas que obren por la paz. Que renuncien de una vez para siempre a las violencias que tantas veces, en el transcurso de los siglos, han desfigurado el mensaje de paz del que eran portadoras. Cuando la naturaleza sufre saqueo y martirio, dominada por el hombre, tienen que resituar al hombre en armonía con ella, recordando la relación "unitaria" del hombre y de la naturaleza.

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El sacramento del orden

Cuando el movimiento de Jesús se expandió y desarrolló, y las comunidades cristianas se multiplicaron por el territorio, se vió la necesidad de estructurar esta Iglesia primitiva y de instituir ministerios y cargos. En los comienzos, este reparto de cargos se fundaba en los dones y competencias de cada uno y cada una. Paulatinamente, la organización de las comunidades fue calcada de la administración romana. La comunidad se dividió en clérigos y laicos y fue apareciendo una jerarquía entre ellos. Los primeros detentaban los poderes, los segundos les estaban sometidos y sólo les quedaba un papel pasivo.

Hoy día, esta forma de ejercer el ministerio entró en una crisis que se traduce por la escasez de curas. La evolución de nuestras sociedades democráticas no se satisface con una Iglesia jerarquizada en dos clases. Y, sin embargo las necesidades de las comunidades no están atendidas. El Espíritu, que nunca anda escaso de recursos, provee. Y unos seglares, mujeres y hombres, se ponen al servicio de sus hermanos y hermanas. Las diócesis están preocupadas por su formación y los obispos reconocen sus misiones caso por caso. Las personas que sólo han seguido de lejos la evolución de la Iglesia se sorprenden de estos cambios de rostros en los servicios que piden a la Iglesia, pero, después de esta primera reacción, aprecian la atención y la proximidad que se desprenden de estos nuevos ministerios. Estos son ejercidos por mujeres y hombres casados, para una labor y objetivos concretos, para un tiempo limitado, renovables si procede; son ministerios no exclusivos de otra actividad social, profesional o familiar.

Esta realidad plantea preguntas profundas sobre el sacramento del orden. ?Debe seguir introduciendo a hombres jóvenes en un estado, incluso una identidad, distinto y superior al del pueblo de los cristianos y cristianas? ?No es tiempo ya de volver a las instituciones de los orígenes y la libertad de iniciativa de los comienzos de la Iglesia?

?Quiere decir esto que tendremos que abandonar el sacramento del orden? Éste también pretende que una persona se ponga oficialmente al servicio del crecimiento de una comunidad. Renunciar a la jerarquía no equivale a caer en la anarquía. Todo grupo humano necesita animadores y responsables. El crecimiento de una comunidad también pasa por el servicio de los sacramentos. Los sacramentos son signos de la presencia y del cuidado de Dios para nosotros. Es normal que aquellas que son los administradores de estos signos lo sean de una forma plenamente reconocida por la Iglesia, comprometiéndola por gestos concretos. Se sigue ordenando para que las comunidades cristianas puedan reunirse alrededor de la cena del Señor, bautizados, consolados, en comunión con las otras comunidades y con la Iglesia en su conjunto.

La ordenación de personas ya comprometidas, de un modo flexible, para funciones ministeriales, sin condiciones de estatus o de sexo, dotaría a la Iglesia de un rostro más humano y de un funcionamiento más democrático. El orden permanecería entonces como el sacramento del servicio y el servicio del sacramento.

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