Catecismo electrónico de Julio 1998



La salvación La vejez y la muerte

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El equipo que trabaja en este catecismo os propone cada mes dos textos. Agradecemos vuestras sugerencias para mejorarlos.

Quisiéramos que este catecismo fuera una construcción común. No dudéis en someternos otros temas.

 


 

 









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LA SALVACION

 

Jesús buscaba hacernos cercanos a un Dios que perdona de entrada incluso antes que hayamos podido mover un solo dedo, y que sólo espera una cosa de nosotros: que aprendamos a perdonarnos los unos a los otros. En cierto sentido, él quería cogernos de la mano y reintroducirnos en el mundo de una confianza perdida, en el paraíso, usando los términos de la Biblia, sustituyendo nuestra actitud de miedo por la de confianza incondicional. Que se acabe de una vez el Dios que sólo se percibe en la red de nuestros amores y de nuestros odios, de nuestros miedos y de nuestras dependencias. La confianza en Dios debería precisamente hacernos capaces de vencer las contradicciones llenas de angustia que nos perturban y perturban nuestras relaciones.

De este modo, Jesús podía curar a los enfermos por la fuerza de la confianza. De modo muy significativo, invitaba a los excluidos a los que nunca tienen suerte, a participar en la misma mesa, sustituyendo así el legalismo por un espíritu de libertad y de bondad.

El mensaje de Jesús anunciando la venida a la tierra de un reino de Dios que no excluye a nadie, constituye por tanto un cuestionamiento total de todas las prácticas sociales, políticas y religiosas. Jesús dice un no rotundo a nuestra tendencia a responder a la angustia sembrando angustia. Opuso un no rotundo al modo en que reforzamos el miedo endureciendo las relaciones de poder a nivel del Estado, de la religión, de la sociedad. De una vez por todas buscaba conducir a los hombres a no dejarse intimidar más, sino a vivir con toda libertad la verdad que vive en el fondo de su ser.

Alzándose contra el miedo y venciéndolo en sí mismo, era inevitable que Jesús diese miedo. Empezando por aquellos cuyo poder se funda exclusivamente sobre el miedo rebajando a Dios al nivel de un administrador de la culpabilidad. Él, que quería la vida, provocaba necesariamente en su contra todas las fuerzas de la muerte. En esto consiste la realidad de la "salvación": Jesús no reculó ante su ejecución, pero prosiguió su misión de traer el cielo a la tierra. Sólo es verdaderamente libre aquel a quien su fuerza de confianza y de amor le permite vencer el miedo a la muerte. Es el único de quien se puede decir que está salvado.

 

 

 

 

 









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LA VEJEZ Y LA MUERTE

 

Para todos los humanos, creyentes o ateos, la muerte es una dura prueba, incluso un escándalo. Tenemos tanta sed de vivir! Los lazos familiares, la riqueza de nuestras relaciones dan a nuestra existencia su calidad de humanidad.

Jesús no explicó la muerte. La vivió, con una parte de angustia, pero sobre todo con confianza y amor. "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu". Un amor que no rechaza a nadie.

La muerte, en su fase última, y también en el proceso que la precede, no es acaso la ruptura final de una vida? no es, no podrá ser la culminación que corona una existencia? La muerte y las condiciones en que la viviremos es un misterio. El sentido que podemos dar a la última etapa de vida que conduce a ella nos pertenece.

La vejez es el tiempo en que nos vemos más confrontados con nosotros mismos, tomando conciencia de una cierta línea directriz que mana de nuestra forma de ser. El tiempo en que tantas cosas se relativizan, el tiempo en que, releyendo el desarrollo de nuestra vida, damos el último toque a la construcción de nosotros mismos. Por ello ahí está, si se acepta, una etapa de decantación, de confrontación a lo esencial, de coherencia con uno mismo, con los valores que han guiado nuestras opciones.

Calidad de relación e intensidad interior van a la par. La vejez, al favorecer la bajada a lo más profundo de sí, enseña al mismo tiempo la importancia vital de la relación. Sólo se existe religado. La relación adquiere en el transcurso de la vejez una importancia creciente en su verdad profunda de intercambio, de confianza compartida, de comunión con los mismos valores fundamentales. El actuar, menos imperioso, nos vuelve a centrar más sobre el ser y el vivir con.

La dependencia creciente del anciano y del moribundo, en lugar de constituir una decadencia, puede tener un significado positivo. Para el "creyente" iluminaría la manera de vivir esperando a Dios. Para este último paso, tenemos algo mejor que aportar que nuestra acogida más total posible, una confianza sin límite? Nuestras acciones, nuestras luchas, nuestras opciones, nuestros fracasos podrían ser un repliegue sobre lo que hemos sido, mientras que, para nosotros creyentes, sólo importa la espera confiada de Dios, cuya plenitud de amor sólo existe para comunicarse.

La perspectiva de la muerte nos enfrenta cara a cara con la calidad y a la coherencia de nuestra vida presente: aceptación más o menos serena de un final personal definitivo o esperanza de un más allá de la muerte, con el encuentro de los seres desaparecidos y la espera de una vida por fin feliz para todos.

 

 

 









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