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La cólera de los palestinos
La explosión de violencia que abrasa Israel y los Territorios
Ocupados dilapidó en un abrir y cerrar de ojos un capital
de paz pacientemente acumulado. ¡Con qué rapidez
la violencia destruye una paz que llevó tanto tiempo construir!
Basta con un fósforo para provocar un incendio. Cuando
un bosque está siendo devorado por las llamas, hacen falta
tantos medios para poner fin al siniestro! Y, sin embargo, lo
esencial está por hacer. Habrá que esperar años
y más años para que el bosque se reconstituya y
recupere su hermosura.
Lo mismo ocurre con la violencia. Cuando se libera resulta difícil
de para. Cuando se consigue, todo está por reconstruir.
Se necesitarán tiempo y esfuerzos para que los enemigos
de ayer aprendan nuevamente a hablarse, a confiar unos en otros,
a vivir juntos.
Durante la guerra de Argelia, una de mis sorpresas fue constatar
que los jóvenes "llamados a filas" recién
llegados de Francia, pronto se les gastaba el esmalte de su educación.
Entraban en la espiral de la violencia, de la represión
y de la tortura. Les veía cambiar de comportamiento por
completo. Estos jóvenes no se daban cuenta de que si destruían
a los que no querían reconocer como gente como ellos,
es decir como seres humanos, se destruían a sí
mismos. Todavía hoy, a menudo encerrados en su silencio,
siguen doliéndoles las heridas del pasado.
La cólera de los jóvenes palestinos es comprensible.
Desde hace años, han sido humillados. Humillados por la
implantación de colonos judíos y sus propias carreteras.
Humillados por las múltiples barreras que les impiden
ir y venir. Humillados porque las cosas no cambian y porque les
han robado su juventud. La humillación es lo peor. Genera
la ira. Si humillan a un pueblo, siembran la revuelta. |