Carta de Jacques Gaillot del 1 de Noviembre de 2000

La cólera de los palestinos
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La cólera de los palestinos

La explosión de violencia que abrasa Israel y los Territorios Ocupados dilapidó en un abrir y cerrar de ojos un capital de paz pacientemente acumulado. ¡Con qué rapidez la violencia destruye una paz que llevó tanto tiempo construir!
Basta con un fósforo para provocar un incendio. Cuando un bosque está siendo devorado por las llamas, hacen falta tantos medios para poner fin al siniestro! Y, sin embargo, lo esencial está por hacer. Habrá que esperar años y más años para que el bosque se reconstituya y recupere su hermosura.
Lo mismo ocurre con la violencia. Cuando se libera resulta difícil de para. Cuando se consigue, todo está por reconstruir. Se necesitarán tiempo y esfuerzos para que los enemigos de ayer aprendan nuevamente a hablarse, a confiar unos en otros, a vivir juntos.
Durante la guerra de Argelia, una de mis sorpresas fue constatar que los jóvenes "llamados a filas" recién llegados de Francia, pronto se les gastaba el esmalte de su educación. Entraban en la espiral de la violencia, de la represión y de la tortura. Les veía cambiar de comportamiento por completo. Estos jóvenes no se daban cuenta de que si destruían a los que no querían reconocer como gente como ellos, es decir como seres humanos, se destruían a sí mismos. Todavía hoy, a menudo encerrados en su silencio, siguen doliéndoles las heridas del pasado.
La cólera de los jóvenes palestinos es comprensible. Desde hace años, han sido humillados. Humillados por la implantación de colonos judíos y sus propias carreteras. Humillados por las múltiples barreras que les impiden ir y venir. Humillados porque las cosas no cambian y porque les han robado su juventud. La humillación es lo peor. Genera la ira. Si humillan a un pueblo, siembran la revuelta.