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Sacerdotes proféticos, Jacques GAILLOT  
   
Aurelio, nuestro responsable internacional, vino a París para encontrarse conmigo muy fraternalmente. Me pidió compartir algo de lo que me gustaría decir a los sacerdotes de las fraternidades. Compartir con vosotros acerca de vuestro ministerio y vuestra vida.  
   
Pero hablar de los sacerdotes es hablar del Hombre, de aquellos a los cuales somos enviados. ¿Acaso no estamos al servicio del pueblo ?  
   
Una noche, tomando el metro a una hora punta, me encontré atrapado por todas partes y sin posibilidad de encontrar un punto de apoyo. Por los frenazos del metro tenía que apoyarme en unos y otros. Alguien me identificó y sonreía por la situación en que me encontraba. Descendimos en la misma estación, y tuve que decirle : « ¿Ves ? Lo que sostiene a un obispo es la gente »  
   
Publicado el 28-05-2016 por Fraternidad Sacerdotal Iesus Caritas
de Carlos de Foucauld
 
   
   
   
Jacques GAILLOT, Felices los misericordiosos  
   
Si me pidieran dibujar la misericordia, ¿cómo lo haría? Una persona va hacia mí con los brazos levantados, con un rostro lleno de bondad y ojos que hablan de la ternura de su corazón.  
   
La misericordia manifiesta el exceso, la desmesura, la sobreabundancia, la gratuidad.. Va más allá de nuestras miserias.  
   
No es de extrañar que estamos sorprendidos y desconcertados.  
   
Fuera de la lógica del dar y recibir, supera la estricta justicia, no espera nada a cambio.  
   
La misericordia es la firma de Jesús: un don que excede toda justicia.  
   
En el Evangelio, ¡sólo las mujeres muestran pruebas de sobreabundancia!  
   
“Las quiero tanto que las encuentro bellas”  
   
Hace tiempo fui invitado a visitar una casa para personas con grandes discapacidades. Una casa que se encontraba a las afueras de una población, Quien me acompañó por la diferentes salas era un sacerdote. Trabajaba habitualmente de noche, pero él tenía que estar para poder hacer yo la visita.  
   
Pasé al lado de cuerpos desarticulados, de caras deshechas que parecían cubiertas de máscaras de fealdad. Sus gritos se me hacían insoportables.  
   
Estaba preocupado y molesto. Quien me acompañaba se dio cuenta de mi malestar, me miró y me dijo esto tan extraordinario que aún no he olvidado:  
   
“¡Las quiero tanto que las encuentro bellas!”  
   
Esto me traspasó el corazón. Un camino se abría delante de mí para hacerme descubrir mis miedos y mis debilidades.  
   
Comprendí que amar no es hacer cosas por alguien, es descubrir que eso es bello. La felicidad, ¿no es saberse bello ante la mirada de los demás?  
   
Este sacerdote tenía un corazón de “carne” y no un corazón de “piedra”. No tenía muros de miedo para protegerse de los demás. Era libre de ir hacia ellos y quererlos. Podía comprender a cada persona discapacitada: “¡Tú eres importante! Te quiero . Con tus heridas y con tus fragilidades, tú puedes ser grande y ser tú mismo”.  
   
“No puedo perdonar”.  
   
Una tarde, una mujer que apenas conocía, me pidió con insistencia ir a ver a una gran amiga suya a punto de morir en la Salpêtrière, el gran hospital parisino: sufría la enfermedad de Charcot.  
   
Me resistía: ir a ver al hospital a una mujer que no conocía y que estaba para morirse; era difícil. ¿Por qué? Pero la mujer del teléfono no hacía caso de mi resistencia.  
   
“Se lo ruego, venga aquí”.  
   
Lo dejé todo y fui al hospital, con pies de plomo y de mala gana: no conocía nada de esta enferma que iba a morir, ni siquiera su nombre. ¿Estaba casada? ¿Era cristiana? Y si había dos enfermas en la habitación, ¿cuál era?  
   
Llamando a la puerta de la habitación dejé de preguntarme cosas y me confié al Espíritu Santo.  
   
Vi una sonrisa enorme en esta mujer con la enfermedad de Charcot. El hombre al pie de su cama era su marido. Se fue precipitadamente.  
   
Me encontré solo con esta mujer que estaba muy delgada y no podía hablar. Escribía en una pequeña pizarra sin vacilar y me mostró la pizarra. Su escritura me gustó.  
   
  • “Gracias por estar aquí. ¿Puedo preguntarle unas cosas?”
  • “Sí, si no son demasiado difíciles”.
 
   
Ella se puso a reír. Su pregunta me sorprendió:  
   
  • “¿Qué va a suceder cuando llegue al más allá?”
  • “Lo verá cuando esté allí, Lo importante es lo que ocurre ahora”
 
   
Mi respuesta la hizo reír de buena gana. Todo fue bien entre nosotros.  
   
“Yo pienso como usted”  
   
Después vino la pregunta esencial:  
   
  • “No llego a perdonar a los que me han hecho mal. Me gustaría morir en paz. Guardo un peso en mi corazón”
  • “No es fácil perdonar. A pesar de nuestros esfuerzos no llegamos a ello. Pidamos los dos a nuestro Padre del cielo poder perdonar a los que nos han hecho daño”.
 
   
Tomé su mano y recité despacio la oración de Jesús. Noté que se unía con todo su corazón a esta plegaria.  
   
La bendije. La besé en la frente y salí.  
   
Una tarde he recibí un sms en mi teléfono:  
   
“He perdonado. Mi corazón está en paz. Gracias a Dios. Gracias a usted por este encuentro lleno de luz”  
   
Al día siguiente por la mañana, un nuevo sms:  
   
“Mi corazón tiene una gran paz. Estoy dispuesta a irme cuando el Señor quiera. Gracias otra vez por ese encuentro de paz y de luz”.  
   
Murió poco después.  
   
La misericordia no se fabrica; se recibe.  
   
El don de Dios no se compra, no se vende, no devuelve la llamada.  
   
Dar gratuitamente sin esperar nada, sin que nadie pierda la esperanza.  
   
Arriesgarse a amar hasta el final.  
   
« La misericordia es el mejor camino para entrar en el Reino de Dios » (Papa Francisco)  
   
“Felices los misericordiosos porque ellos obtendrán misericordia” Mt 5,7  
   
Jacques Gaillot
Obispo de Partenia
Fraternidad Sacerdotal Iesus Caritas
Paris, 20 de julio de 2016
 
   
Publicado el 10-08-2016 por Fraternidad Iesus Caritas