Misa de domingo
La gran iglesia moderna de Ravensburg en Baviera estaba
repleta. Tuve el placer de presidir la Eucaristía al lado
del párroco, un amigo, y ante una multitud visiblemente
feliz de estar allí.
Cerca del coro estaban la coral y los músicos. Pero
era la multitud la que cantaba. Yo no canso nunca de mirar a
una multitud que canta. ¡Es tan raro!. A los alemanes les
gusta cantar. Es su segunda naturaleza. Sus miradas respiraban
la alegría. Yo me dejé llevar por sus cantos.
El coro estaba lleno de monaguillos: niños y niñas.
Cuando comencé una oración en alemán, ellos
estaban en vilo, atentos y a veces divertidos con mi pronunciación.
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Antes de comenzar la oración del Padre Nuestro, el
párroco invitó a todos los niños de la asamblea
a venir alrededor del altar. |
Salieron rápido de sus bancos de la iglesia, como
pajarillos de su nido. Me percaté de dos niños
pequeños que llegaban los últimos, a pasitos, dándose
la mano.
Cada petición del Padre Nuestro estaba acompañada
de un gesto. Los niños hacían esto de la manera
más natural. Yo intentaba seguirlos como podía.
Guardé largo tiempo el recuerdo de esta misa de domingo. |