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Si la Navidad es una de las fiestas más universales,
que hace soñar a pequeños y grandes, a los creyentes
como a los no creyentes. En nuestras regiones, las luces de Navidad
no son otra cosa que el sueño de la luz en el corazón
del sombrío invierno.
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Lo abetos adornados hacen soñar con las flores y los
frutos, en el momento en que la vegetación parece muerta.
Es el sueño del calor en el tiempo en que reinan las heladas:
antes de llegar a ser un dulce, el leño que ardía
en el hogar daba calor. Queda el símbolo de una temperatura
agradable, y también un ambiente cálido hecho de
felicidad y alegría compartidas. |
Sabemos que la soledad y la miseria pesan más duramente
en este día. Por todas partes la gente se esfuerza por
que nadie se quede fuera del festejo general. |
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- Este el tiempo de la convivencia: las cenas en familia
y entre amigos se multiplican; los menús tradicionales
están hechos de manjares finos y rebuscados. Es también
un sueño de paz: no hay peleas durante la tregua de Navidad,
aunque se le llame, de manera más trivial, la tregua de
los confiteros.
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Este sueño de Navidad, estos símbolos y aspiraciones
no son propiedad de los cristianos; viven dentro de toda persona
humana. Antes de ser la Navidad, era la fiesta del solsticio
de invierno. |
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- La Navidad cristiana añade a esta celebración
el nacimiento de un niño. ¿Quién no ha soñado
ante un recién nacido? ¿Qué llegará
a ser? ¿Que hará? Parece que, para esta vida totalmente
nueva, todo es posible. El mundo le pertenece. Sus padres, sus
parientes, están a la vez preocupados por su fragilidad
y respetuosos ante su futuro que los sobrepasa.
El sueño de Navidad, para los cristianos, toma un color
más profundo y maravilloso. Es el sueño de un Dios
que se viene a vivir entre nosotros. No un simple enviado, sino
el propio Dios, que nos finge, que inicia su itinerario terrestre
como cada uno de nosotros en la persona de un chiquitín.
Hay que conocerlo todo de esta humanidad para hacerla renacer
a su imagen. Dios se hace hombre par hacer del hombre un dios.
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- Entonces, en la fe, es cuando este niñito puede
convertirse, para toda persona de buena voluntad, en la luz que
ilumina el mundo de un modo nuevo, dando un sentido profundo
y sagrado a la vida humana. También es promesa de abundancia
sobrepasando nuestras expectativas, capaz de calmar la sed y
de saciar toda hambre. El amor, del que él es signo, es
ahora un nuevo modo de vivir en la paz y la confianza mutua.
Es el sueño de la fe cristiana, por el que muchos han
dado su vida para dar testimonio de que no es un sólo
sueño.
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