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- Impresiones desde Madagascar
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Venía por primera vez a este país, invitado
por misioneros espiritanos para dar un retiro en Tananarive.
Pero, previamente, se imponía una toma de contacto con
el país adentrándome en el monte. Cruzar las altas
mesetas y bajar hacia la costa este que desemboca en el océano
Indico fue para mí maravilloso, con la selva bordeada
de tierra roja, un paisaje lleno de armonía y numerosos
arrozales. Y en todo momento, por la carretera, un pueblo que
camina, con dignidad manifiesta. |
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- A pesar de la lluvia, me enviaron a dar una vuelta por
el mercado del pueblo. Vi a dos chiquillos agotados que llevaban
con dificultad una barra de madera sobre los hombros de la que
pendía, de ambas partes, un haz de leña cortada.
Pasaban lentamente delante de los puestos del mercado mendigando
la mirada de un posible comprador. En vano. Sentía lástima
por estos niños que venían de la selva ¡y
ya habían recorrido 6 km! Unos niños que no estaban
escolarizados.
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A mi compañero se le ocurrió una idea: "Voy
a pedirles a unos vendedores que conozco que les compren esta
leña" a lo cual accedieron ellos de buen grado. Llamamos
a los niños. Les ayudé a descargar sus fardos ¡
Cómo pesaba aquella leña mojada! Después
de cobrar cada uno su dinero se volvieron de inmediato a la selva. |
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- Éramos cuatro cuando dejamos la misión en
coche para volver a la capital, con el presentimiento de que
los obstáculos nos esperaban en la carretera. Desde luego,
el primer puente flotante resultó impracticable. La lluvia
no cesaba. Había que dejar el coche y ponerlo en lugar
seguro. Mientras tanto ¿dónde íbamos a dejar
nuestros ocho bultos de equipaje sino en una modesta casucha
que se encontraba en la orilla del camino? El padre de familia
aceptó hacernos ese favor. Nuestro equipaje ocupaba una
buena parte de la casucha. La mamá sonreía con
su bebé en brazos. Tres niños nos miraban a la
cara con expresión curiosa y divertida. En cuanto al padre,
su rostro me recordaba los iconos, manaba paz y dignidad. ¿De
qué vivían? ¡Tanta pobreza en esa casucha!
Esta familia no poseía nada pero ¿Acaso no tenía
lo esencial?
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Un sábado por la tarde, visité a Pedro, un amigo
que había venido a verme a Evreux un día por la
Pascua. Se trata de un religioso muy conocido en Madagascar. |
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- Desde hace más de veinte años, construye
aldeas con los pobres y para los pobres, les hace pasar de la
vergüenza al orgullo. Me hizo descubrir esas aldeas construidas
sobre el solar del vertedero público de basura. Mientras
conducía su coche, me explicaba el génesis de aquellos
años de trabajo con la gente que vivía aquí
en la miseria más increíble. Aceptó el reto
de sacarlos de ahí, con ellos. Su labor es admirable.
Hoy se levantan unas aldeas con verdaderas casas adornadas con
flores, auténticas calles con sus aceras, auténticas
plazas con comercios. En cuanto Pedro se apeó del coche
una nube de niños corrió hacia él con muestras
de alegría. Los adultos venían a darle la mano.
A todos les conocía por su nombre y su historia. Me impresionó
este hombre con ganas de emprender que hace que las cosas sean
posibles, comunica su energía y, sobre todo, ¡no
se deja vencer!
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- Antes de mi partida, celebré con él la misa
dominical. En el gimnasio se congregaron unas 3500 personas.
Era la fiesta de las luces.
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- Cada cual llevaba un cirio encendido. Cuando la multitud
levantó en un mismo gesto su cirio fue como un brasero
luminoso. Esta multitud llevaba la luz y era consciente de su
dignidad. Cada aldea participaba en la animación de la
celebración con danzas, cantos y aplausos.
La misa duró más de dos horas pero no se me hizo
larga. Me marché de Madagascar feliz de haber visto a
aquel hombre portador de la esperanza de los pobres y que daba
a muchos el valor necesario para el futuro.
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