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¡20 años ya! |
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- Para celebrar mis 20 años de episcopado, la asociación
Partenia 2000 tomó la iniciativa de organizar un encuentro.
Yo tenía mis reservas respecto a este proyecto generoso,
pero me dejé convencer. Quiero agradecer aquí a
los organizadores que lo han hecho con todo su corazón
y muchas energías.
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El tiempo estaba radiante. En el magnífico jardín
de Luxemburgo, en el corazón de Paris, los invitados llegaban
con su saco de dormir y se reconocían enseguida. |
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- Nuestros amigos belgas eran numerosos, pero vinieron también
de Suiza, de Alemania e incluso de Tejas, sin olvidar a los africanos
sin papeles. Luego llegó el coche de Evreux cargado de
peregrinos, contentos de estar allí. Comenzó la
comida campestre, ¡sin que fuera necesario multiplicar
los panes!
Yo no sabía quien iba a venir a este encuentro. Así,
descubrí con grata sorpresa los rostros que se me iban
presentando y que guardaba desde mucho tiempo atrás en
mi corazón.
Iba de grupo en grupo, saludando a cada uno y cada una. ¿Cómo
no dar gracias por tanta fidelidad al Evangelio, tanta experiencia
humana y espiritual, tanto compromiso con los pobres
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- Yo recogía sus palabras, que eran otras tantas
flores de Partenia: "Es algo nuevo en la Iglesia que un
grupo se encuentre alrededor de un pastor que ha escogido",
"lo que pasó en enero del 95 no es un episodio más,
sino un acontecimiento siempre vivo", "no dejo de sufrir
por haber sido excluido de la Iglesia, porque me han negado,
no tengo misión, pero resisto, aunque mi combate sea desesperado",
"conservaré siempre en la memoria esa pasión
común que hemos compartido de no servir al pueblo diocesano
sin que los pobres estuviesen en el centro de nuestras preocupaciones
y de nuestro combate"
Estos encuentros me causaron mucha alegría.
Dejamos el jardín de Luxemburgo para dirigirnos sin prisa
hacia la capilla de los Espirítanos.
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Cuando estoy en Paris, ahí es donde, cada día,
participo en la oración de la comunidad y concelebro la
Misa.
Los Espirítanos nos acogieron con los brazos abiertos.
El obispo de Evreux estaba allí, celebrando junto a mí. |
Yo quise recordar que en 1982, había colocado mi episcopado
bajo la protección del P. Jacques Laval, que acababa de
ser beatificado por Juan Pablo II. La estatua de Jacques Laval
se encuentra precisamente en esta capilla de los Espirítanos.
Me sedujo el camino tan evangélico de este hombre. Cura
en Evreux, se marchó a Isla Mauricio y se consagró
a los marginados de la sociedad: los Negros.
Todavía hoy admiro las acciones que llevó a cabo,
valientes para su época, el siglo XIX. Sin demora se puso
a estudiar la lengua de los negros, el criollo.
Se instaló en una casucha de tablas de dos cuartos para
que los negros se sintieran en pie de igualdad con él
y como en casa propia.
Se atrevió a hacer una misa especial para ellos para que
no tuvieran que quedarse en el fondo de la iglesia detrás
de las verjas cuando están los blancos.
Acudía dos veces al día a la cárcel donde
se hacinaban centenares de detenidos que, en su mayoría,
sólo la muerte vendría a liberar.
En el campo de lo social, creó una mutua para los negros,
quiso que se hicieran cargo de sí mismos e hizo nacer
entre ellos una auténtica solidaridad.
Entendía que eran los negros quienes tenían que
evangelizar a los negros y que no se construiría la Iglesia
en Isla Mauricio si no era desde ellos.
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- Esta actitud de Jacques Laval tuvo para él un coste
muy alto. Expresó su solidaridad con los negros, lo cual
constituía una peligrosa provocación al encuentro
de los blancos. Éstos los detestaban. Se movilizaron en
su contra, intentando provocar su partida e incluso matarle.
- Este camino del Evangelio siempre es estimulante. Nos
encara con al futuro y con mucha esperanza.
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Todos nos despedimos con el gozo de Cristo muy dentro.
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