Catecismo electrónico de Octubre de 2000 

       
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El equipo que trabaja en este catecismo os propone cada mes dos textos. Agradecemos vuestras sugerencias para mejorarlos.
Quisiéramos que este catecismo fuera una construcción común. No dudéis en someternos otros temas.


La esperanza

A menudo, la esperanza nace en medio de una prueba, como una planta que consigue crecer entre las rocas. A pesar de todo, hay desgracias que parecen no dejar lugar a la esperanza, porque nos pueden la depresión y el horror.
Y, sin embargo, la experiencia nos enseña que la esperanza puede abrirse camino aun cuando es de noche y nos embarga la angustia. Los testigos de la esperanza están entre nosotros para decírnoslo. Están heridos. Han pasado por los bajos fondos, han atravesado del desierto. Se han enfrentado a la muerte: la suya propia o la de otros. Pero, lo que parece extraordinario, es que consiguieron superar su desgracia sin dejarse aplastar por ella.
A la inversa de lo que ocurre a veces, su lucha no habrá sido en vano. Les ha quedado la pasión de lo posible.
La esperanza no la tiene uno solo sino un grupo, una comunidad y, sobre todo, un pueblo. Podemos resistir porque estamos relacionados, unidos a un pueblo portador de esperanza.
La esperanza es un deseo que busca lo que no tenemos y del que no sabemos si será satisfecho. Es desear sin saber.
Ante situaciones dramáticas y sin horizontes en que viven tantas personas, tenemos la sensación de estar encerrados en un universo dominado por el neoliberalismo, las exclusiones, las violencias, la corrupción, la mentira institucionalizada... La desilusión es real. Y, sin embargo, también existen una fuerza de protesta, una capacidad de acogida, una solidaridad real que se manifiestan en la vida de todos los días, en una participación en asociaciones y organismos comunitarios.
Unidos a nuestras familias probadas por la enfermedad o la muerte, a nuestros vecinos del barrio, nuestros compañeros de trabajo, a los pobres y a los oprimidos, vivimos y recobramos juntos la esperanza. Estas aperturas son un mensaje de esperanza para los cristianos. Jesús está ahí , realmente presente en estas situaciones, sufriendo con nosotros y al mismo tiempo abriendo una brecha hacia un futuro posible.

Partenia

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Moral y demografía

El crecimiento alucinante de la población mundial plantea problemas de una especial gravedad.
Pone en evidencia, por encima de todo, la injusticia escandalosa del reparto de los recursos entre los países ricos y el tercer mundo. También entre categorías de población en el interior de una misma región. El lujo insensato y la futilidad del modo de vida de algunos coexisten con la miseria más completa. Se impone a cualquier precio modificar la gestión de los recursos de la humanidad.
Aún así, aunque cada uno, en cualquier nivel de responsabilidad, participara activamente en la elaboración de un mundo por fin viable para todos, el crecimiento de la población en numerosas regiones y en todo nuestro universo no dejaría dar lugar a problemas importantes. Desde luego, nuestra tierra tiene teóricamente capacidad para acoger a más habitantes en condiciones válidas. Pero el ritmo extremadamente acelerado de este crecimiento -la población mundial se multiplicó por cinco entre 1930 y 2000- no permite asegurar, además de los bienes de primera necesidad, los recursos pedagógicos, educativos, culturales, sociales... que requiere una existencia humana digna de este nombre.
En presencia de cuestiones de este género, las religiones tienen ciertamente algo importante que decir, pero dentro de un diálogo verdadero y abierto con otras muchas instancias. Si pueden poner de manifiesto las grandes llamadas que conllevan, no tienen en ningún caso todos los elementos de análisis y de viabilidad que la realidad vivida requiere.
Necesitan prudencia para transponer en el mundo presente preceptos fundamentales. El "Creced y multiplicaos" del libro del Génesis /1,28) se sitúa hoy en una perspectiva muy diferente de cuando, al principio del mundo se trataba de poblar la tierra y sobre todo, ya entonces, de fecundarla para que suscitase y permitiese una existencia digna del ser humano
Hasta hace poco, y probablemente todavía en la actualidad en ciertas regiones, reinaba un temor permanente por la supervivencia de la especie, cuando había que traer al mundo 10 ó 15 hijos para que 3 ó 4 llegasen a la edad adulta. Mucho más importante que el número, es la calidad de vida lo que interesa transmitir y esa es la preocupación legítima de los padres. En un universo cada día más complejo, no se trata sólo de asegurar la vida biológica, sino todos los recursos de educación, de cultura, de corazón... que le dan autenticidad y densidad humana a la vida.
De forma más general, y mucho más allá de la cuestión precisa de la explosión demográfica, importa preguntarse si les incumbe a las religiones intervenir de manera determinante y normativa en lo concreto de las múltiples y graves cuestiones éticas que plantea el mundo presente. Si les compite recordar las grandes llamadas a la solidaridad, a la justicia y al amor, si tienen los elementos y en nombre de qué cosa para determinar las reglas precisas para la actuación humana en el contexto de hoy. Tanto más en cuanto que tienden a poner el absoluto en todo y a imponer normas pretendidamente definitivas en un universo en constante mutación y para situaciones a menudo ampliamente diversificadas.
Si Jesús, incluso más por su modo de ser que por sus palabras, dio testimonio a favor de los grandes valores que él vivía, nunca fue portavoz de normas precisas. Y es más, es esto lo que le da, todavía después de