Catecismo electrónico de Agosto de 2000 

       
    La experiencia del desierto  
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El equipo que trabaja en este catecismo os propone cada mes dos textos. Agradecemos vuestras sugerencias para mejorarlos.
Quisiéramos que este catecismo fuera una construcción común. No dudéis en someternos otros temas.


La experiencia del desierto

El desierto no es tanto un lugar adonde deberíamos ir como un camino interior a emprender. Ir al desierto, es una experiencia que realiza mucha gente sin haberla buscado, pueden ser cristianos o no serlo. ¿Quién no ha vivido un momento dado de su vida "travesía del desierto": desierto en la ciudad, en la familia, en el hospital... Descubrimiento la soledad que nos envuelve repentinamente. Soledad que permite descubrir la verdad de la propia existencia.
El desierto no está hecho para quedarse allí. Si nos quedamos nos morimos. Hacer la propia travesía del desierto indica que se trata de atravesar época difícil, incluso peligrosa. Dejamos atrás lo conocido, lo que amamos, para pasar a la otra orilla. Jesús fue conducido al desierto por el Espíritu para tomar un camino de soledad que le hizo bajar hasta el fondo de su propio ser. Le había llegado la hora de enfrentarse a las grandes opciones de su vida. El pueblo hebreo será llevado al desierto para prepararse a la aventura de la conquista de la Tierra prometida.
Cuando estamos en el desierto, los apoyos habituales nos fallan, el trabajo, la salud, la posición social, un ser querido. Nos encontramos solos. Todo se viene abajo. Nuestras seguridades escapan una tras otra, esas seguridades que nos mantenían en pie. En esa situación imprevista y repentina, nos gustaría poder volver atrás, pero es imposible. Estamos llamados a hacer otras opciones, a llevar otros combates, en una palabra a inventar de nuevo nuestra vida.
Los creyentes tienen la tentación de querer salir adelante sin Dios. ¿Por qué no vivir sin Él, ser feliz sin Él? Habíamos confiado en Él y he aquí que ahora, en la desdicha, permanece callado.
El desierto no sólo es el tiempo de la prueba. Es también, especialmente, el tiempo favorable en que Dios puede hablar a nuestro corazón y hacernos descubrir los signos de su presencia. Un tiempo para el reencuentro y para una nueva juventud, Nuevas llamadas que dan sentido a nuestro existir. Un tiempo de conversión que nos abre a lo que no habíamos imaginado.
La experiencia del desierto logra que no podamos escapar a nosotros mismos. En el desierto, estamos confrontados a nosotros mismos. Por fin se ofrece la ocasión de osar ser uno mismo.