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septiembre de 2005 

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Las parábolas del tesoro y de la perla
   

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Las parábolas del tesoro y de la perla
Mateo 13,44-47
El Reino de los Cielos es comparable a un tesoro escondido en un campo que al encontrarlo un hombre, lo vuelve a esconder y, por la alegría que le da, va, vende cuanto tiene y compra aquel campo. También es semejante el Reino de los Cielos a un mercader que anda buscando perlas finas, y que al encontrar una de gran valor, va, vende todo lo que tiene y compra el campo aquel.
 
la richesse Los comentarios de estas parábolas insisten a menudo en la renuncia necesaria para escoger el Reino de los Cielos. Es necesario vender, sacrificar las riquezas para poder alcanzar el Reino. 
 
Las riquezas son presentadas incluso como un obstáculo para la venida del Reino. Esto no es más que un aspecto de la parábola que amenaza con desalentar a más de uno. Se podría hacer hincapié, al contrario, sobre la alegría y la precipitación que ponen los dos personajes en adquirir lo que les parece tener un valor más grande que lo que venden sin pesar. En resumidas cuentas, hacen sus cuentas y, si liquidan lo que tenían, es que la nueva adquisición se lo recompensa ampliamente. El interés es lo que les mueve a actuar así. Estamos lejos de la renuncia desinteresada.

Para llegar a esta conclusión, es necesario conocer el valor de las cosas. Ambos buscan y descubren. 

connaître la valeur

 
El Reino de los Cielos no se da sin una búsqueda, sin un deseo de enriquecerse, sin pasión. Hay una aspiración ya presente confusamente en uno mismo. Por otra parte, si el tesoro en el campo ha sido "descubierto", es que se encontraba ya allí desde hacía largo tiempo, sin duda, pero no se sabía. Lo mismo ocurre con la perla preciosa. Es una invitación a descubrir esta perla preciosa en la propia vida. Allí donde yo vivo había, sin duda, un tesoro y yo ni siquiera me daba cuenta. Pero cuando se le reconoce como tesoro o perla de valor, nada cuenta más que él. Ningún sacrificio es necesario para aproximarse a él, sino sólo el deseo que provoca. Ninguna renuncia, sino una inmensa alegría que lo transfigura todo. He aquí el Reino al que Jesús no nos permite acercarnos sino con parábolas, como si fuera difícil de definir y de circunscribir, se nos aparece como profundamente deseable.

Además del interés, hay, en la opción de adueñarse de la fortuna descubierta, una brizna de locura, la locura del coleccionista de piezas raras ante una pieza rara, la fiebre del buscador del tesoro. Hemos de fijarnos, en estas dos historias, en las prisas con que los dos hombres realizan las operaciones pecuniarias necesarias para procurarse lo que desean. Éste puede ser el desenlace de toda una vida en tensión hacia más y mejor que se realiza al fin. No se puede dejar pasar la ocasión.

la pleinitude No recibimos el Reino ni por la mortificación ni por la ascesis, sino por la alegría y la plenitud, ahora y no luego. 
 
Es preciso dejar de hacer del cristianismo una religión de tristeza y de sacrificio, al final de los cuales estaría la alegría. El Reino se nos da más allá de cualquier medida en la búsqueda apasionada y el descubrimiento del único bien verdadero.