|
|
- Le cuaresma, tiempo de
conversión del corazón
|
En el desarrollo del año litúrgico, las cuatro
semanas de Adviento preceden a la fiesta de Navidad; siete semanas
nos encaminan hacia la Pascua; cinco semanas preparan Pentecostés.
Para vivir bien estas fiestas litúrgicas, se nos propone
cada año un camino de conversión del corazón. |
¿No fue así también co Jesús?
Cuando se estaba haciendo bautizar por Juan Bautista, nos dijo
que se oyó una voz desde el cielo: "Tú eres
mi hijo bien amado; tú tienen todo mi favor" (Lc
3,22). ¡Qué luz, qué gracia, qué fuerza
interior para tomar conciencia en el comienzo de su misión!,
¡Hasta que punto era amado por Dios!
Luego, Jesús es llevado por el Espíritu al
desierto, como nos dice el evangelio del primer domingo de cuaresma.
Penetrado por este amor que lo anima y vivifica, las tentaciones
del éxito fácil, el poder mágico y la prepotencia
a las que él es confrontado, amenazan con hundir y acabar
con su compromiso (Lc 4,1...).
Luego, sigue el relato de la Transfiguración, que se
nos propone el domingo siguiente (Lc 9,28...), |
|
una nueva etapa se abre para Jesús a través
de la mirada más interior que hacen sobre él Pedro,
Santiago y Juan: tres discípulos, entre los más
próximos, que ncontrará de nuevo en Getsemaní;
dos de cuales serán, tras María Magdalena, los
primeros testigos de la Resurrección.
Del mismo modo, al comienzo de la cuaresma, se nos invita
a un descubrimiento interior, a otra mirada sobre Jesús:
el que es elegido con el apoyo de la ley y los Profetas (Moisés
y Elías), encargado de transmitir la luz, de anunciar
la uena Noticia liberadora. Tanto el evangelio de la purificación
interior en el desierto como el de Transfiguración iluminan
el clima al que somos llamados en nuestra marcha hacia la Pascua.
|
Puede estar demasiado centrada la cuaresma en la ascesis y
la purificación moral. |
Pero estamos llamados ante todo a una conversión
del corazón. Retomar más vivamente la conciencia
de una presencia amante. Redescubrir que somos amados por Dios.
Que nuestro Dios de la bienaventuranza y el amor nos libera de
toda esclavitud. Que esta presencia amante está sobre
todo ser. Que nos une a todos un lugar profundo de comunión,
pues somos de la misma sangre, articipantes en el mismo influjo
vital que tiene su fuente en Dios.
Nuestro deseo de rectitud moral, en este tiempo de cuaresma,
no debe absorber completamente nuestra atención, pues
lo que importa ante todo es una mirada un poco nueva sobre Dios
y su alianza ofrecida. Nuestro caminar hacia la Pascua es revivir
en nosotros la fe en al Resurrección, la maravilla de
sabernos amados por Dios. Y mientras la mirada de fe se intensifica,
se pone en movimiento nuestra manera de ser cada día entre
nuestros hermanos y hermanas en humanidad y en la filiación
divina, imperceptiblemente, se modifica, se afina, se enriquece.
La cuaresma, es tiempo de conversión del corazón,
de transformación de la mirada sobre Jesús y su
Buena Noticia y, consecuentemente, de acrisolar nuestra manera
de estar en la humanidad.
Cualquiera que esté atento a los otros tiene ya
motivos que le mueven a implicarse en sus combates para más
justicia y olidaridad. Sabiendo, creyendo, que todos somos igualmente
amados por Dios, portadores de un fermento divino ¿cómo
no vamos a buscar encarnar en nuestros comportamientos esta fe
que nos mueve? Así, la profundización de nuestra
fe en un Dios de amor que libera de toda esclavitud y una presencia
más atenta a los otros, especialmente a los más
desposeídos, se reúnen para intensificar, en el
curso de la cuaresma, nuestra ascensión hacia la celebración
pascual. |