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Julio de 2002 

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Obediente hasta la muerte 
   

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Obediente hasta la muerte

obéissance  "Cristo Jesús, haciéndose semejante a los hombres, se humilló a sí mismo obedeciendo hasta la muerte... (Filipenses 2,7-8) 

Esta expresión lapidaria de Pablo para caracterizar el comportamiento de Jesús tuvo con toda seguridad una influencia de primera magnitud en la Iglesia a la hora de enfocar la manera de imitar al Maestro. El vínculo que establece entre "humillarse"y "obedecer" refuerza más aún la vertiente "anuladora" de la obediencia.

Presentada como la virtud por excelencia del discípulo, a veces inspiró, en las escuelas de espiritualidad, formas tan ascéticas que son cuestionadas por estar tan alejadas de las actitudes concretas de Jesús descritas en los Evangelios. A veces, para los detentores de la autoridad, la obediencia también se convierte en un medio fácil y justificado espiritualmente de conseguir una sumisión incondicional.
En efecto, para Jesús, la obediencia es primero ser fiel a la voluntad de su Padre, expresada de forma concreta a través de los mandamientos y los preceptos de la ley, signos de la Alianza con Dios. En primerísimo lugar, el mandamiento fundamental: "Escucha Israel, el Señor tu Dios es el único; le amarás con todo tu corazón..." Incluso antes de "tú amarás" está el "escucha", abre el oído de tu corazón al mensaje que ilumina tu vida.

Como cualquier hijo de la humanidad, Jesús de Nazaret empieza por acoger de parte de sus padres los valores esenciales que le dan al mismo tiempo que casa y comida. "Les estaba sometido (Lucas 2,51); ¡Nada más natural para un niño! No conlleva ninguna humillación sino un camino válido para "crecer en sabiduría, en edad y en gracia".

Synagogue  Esta construcción progresiva de su persona también pasa por la escucha de sus familiares, de sus amigos, de los comentaristas de las Escrituras en la sinagoga de Nazaret; también y seguramente por el respeto de las leyes civiles destinadas al bienestar de su país; dar a Cesar lo que es de César...
Jesús integra estos diferentes conocimientos y los transforma en sabiduría de vida, gracias a su propio juicio. No imaginamos que esto se hiciera sin roces ni rebelión, incluso sin incomprensión, como ocurre con todo ser humano.
 

Un día escucha la llamada a su misión de profeta.

Jesús parte para anunciar el Reino y permanece a la escucha ampliando sus horizontes, guiado al azar por los encuentros, de un modo especial en esas instantáneas con gentes de otra religión, de otra cultura: la cananea, el centurión... Acudió primero a las ovejas perdidas de Israel, luego fue descubriendo su misión.

Y, en consecuencia, relativiza los absolutos pronunciados por los pensadores y los jerarcas de su pequeño pueblo. Cuando éstos se quedan parados en mitad del puente, sacralizando excesivamente lo que sólo es un medio para cambiar de vida (la Ley, el sábado...), Jesús escucha la llamada a pasar a la otra orilla, allí donde florece la vida en toda libertad. Y dice: "El sábado está hecho para el hombre y no el hombre para el sábado". El verdadero criterio de discernimiento, la única palabra digna de obediencia es ésta: "¿Está permitido o no salvar una vida el sábado? ¿Se permite hacer el bien ese día?".

Pasamos del ámbito de la prescripción al del bienestar del ser humano. Este enfoque no es contrario a los preceptos de la Ley sino más allá, en el sentido en que Jesús dijo: "Yo no he venido a abolir la Ley, sino a darle cumplimiento". No debemos ver en ello una solución de facilidad ya que esta obediencia tiene un alto precio, es humilde búsqueda en tensión permanente.

De esta manera, a los sumos sacerdotes y los ancianos que quedan sujetos a la letra de los mandamientos ya no se les ve como los últimos referentes; ya no es preciso seguirles de forma incondicional.

Ece Homo  Sin embargo, salirse del camino es arriesgado. Para ellos, Jesús se convierte en un disidente a eliminar; su obediencia a Dios la comprenden como una resistencia que les opone a ellos. Con una fuerza interior que ninguna autoridad puede detener, Jesús elige poner por práctica el "tú amarás" según las modalidades concretas aceptables para su conciencia de hombre creyente. 

Su camino de libertad no es independencia furiosa ni orgullo que desprecia a cualquier autoridad, como podría serlo la huida hacia delante de un gurú desconectado de los imperativos de la vida de todos los días. Se juzga el árbol por sus frutos, y Jesús obediente produce con toda evidencia los frutos del espíritu descritos por San Pablo: "amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí" (Gal 5, 22. De ello dio el testimonio supremo el día en que sus enemigos lo clavaron en la cruz fuera de las murallas de Jerusalén.
Fieles a este ejemplo, con la misma intención, los apóstoles Pedro y Juan, conducidos ante el Sanedrín, declararon: "A Dios es a quien debemos obedecer y no a los hombres." (Hechos 4, 10)

Esta obediencia a la vida y a los acontecimientos, atendiendo a las grandes llamadas evangélicas, guía a los peregrinos de lo Absoluto hacia la superación de muchas verdades relativas.