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Laicidad y signos religiosos
La Federación de las Asociaciones Laicas de Roubaix
(FAL) me había invitado para dar una charla en el palacio
municipal de Roubaix. El alcalde, el delegado de Educación
regional, el imán... también iban a participar.
La gran sala estaba llena, el público se componía
esencialmente de profesores. Ví a tres mujeres veladas
entre la concurrencia. ¡Lo suficiente para ponerle salsa
al debate!
Para mí, la laicidad presupone que los ciudadanos sean
primero mujeres y hombres antes de identificarse como creyentes.
Uno no es creyente antes que ciudadano. La creencia viene después.
Ser creyente es optar libremente por ello. Sólo se puede
hacer si se tiene el derecho de no optar.
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¿Los fundamentalistas aceptan que uno se niegue a creer?
¿Para ellos, acaso todo el mundo no debe ser creyente? |
Por lo que respecta a la cuestión del velo, yo no
deseaba que hubiese una ley. La ley es un último recurso
y la exclusión siempre un fracaso. Pero, con excepción
de las tres mujeres veladas, sentí que la sala era favorable
a que se hiciese una ley. |
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Cuando la palabra circula
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Fue en Basilea. Después de mi charla, una chica se
levantó para comentar el sufrimiento que le causaba su
Iglesia, la Iglesia católica. Se sentía herida.
Había resentimiento dentro de su corazón e incluso
odio. Planteaba la cuestión de salir de la Iglesia. |
En la asamblea, otra mujer joven se levantó, no para
hacer una pregunta sino para dar su testimonio. Comenzó
por decir "Soy musulmana". Con dulzura, mostró
que era importante aprender a conocer la propia religión,
vivir de ella para descubrir lo que hay en su corazón.
Luego, dirigiéndose a la que tenía
dificultades con su Iglesia, le dijo: "No salga de su Iglesia,
aunque ahora le haga sufrir". |
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Explicó como cada uno necesitaba conocer y amar
a su religión para que todos puedan aportarse algo mutuamente.
Todos escuchaban con atención y admiración
a esta musulmana cuyas palabras abrían un camino de luz.
Estuve de invitado en la casa de una familia que era la
casa de Dios.
Esta musulmana también fue invitada a compartir el pan
y la amistad para regocijo de todos. |
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La muerte ¿y después
qué?
La multitud era densa en ese punto del cementerio llamado
"el cuadrado judío". El que nos congregaba estaba
en el féretro que estaban descendiendo en tierra. Cuando
su compañera vio que yo me acercaba, salió a mi
encuentro, me abrazó y me dijo: "Jacques, Jacques,
si supieras como me acuerdo de ti en estos momentos! ¡Qué
suerte tienes de creer!".
Esta mujer a la que tanto admiro es atea. Para ella, después
de la muerte, no queda nada. Queda la nada. Querría creer
pero no lo consigue.
Estuve junto a ella, meditando las palabras que Teresa del Niño
jesús dirigía a sus hermanas: "No muero. Entro
en la vida"·
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La gente iba pasando por delante de la tumba abierta y tiraban
en silencio un poco de tierra sobre el ataúd. Cuando tocó
el turno del Abbé Pierre, éste exclamó:
"Con la esperanza de volvernos a ver algún día" |
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Un mal juicio
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Durante el foro social, tuve la alegría de volver a
encontrarme con Tariq Ramadan. Hace unos quince años,
habíamos compartido mesa de debate en Ginebra y luego
nos hicimos amigos. Tariq rebosa de humanidad y talentos. Es
un espiritual. Un filósofo apreciado que sabe ser un temible
contertulio. Lo que tiene de maravilloso es que sabe hablarles
a sus hermanos de los suburbios. Les quiere lo suficiente para
devolverles una dignidad de la que no tenían conciencia.
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Gracias a él, recobran un orgullo que les permite
desear ser ciudadanos con todas las de la ley.
El impacto de Tariq es considerable. Sus enemigos numerosos.
Hoy se le acusa de ser antisemita.
Se organizó un debate con él. ¿Se
puede hablar con el diablo? El diablo es él. En el estrado,
él se coloca, como suele, en la esquina de la mesa. Las
preguntas que le hacen son flechas emponzoñadas. Se podría
pensar que asistimos a un tribunal popular. Pero Tariq continúa
dignamente y testimonia la paz que lo habita. Después
de este ejercicio de prueba, me confesó: "Mi vida
no es fácil en este momento. Ruegue a Dios por mí". |
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