bible
 
Cristo Rey  
Juan 18, 33-37  
   
royaume de Dieu La fiesta de Cristo Rey fue instituida por el papa Pío XI (encíclica Quas primas del 11 de diciembre de 1925). Pero, teniendo en cuenta su contexto en el tiempo, nos podemos preguntar de qué realeza se trata. ¿Se trata de la realeza de la que nos hablan los evangelios?
 
   
Las palabras «rey, realeza, reino» son de uso corriente entre los judíos que conocieron el régimen monárquico durante los cinco siglos antes de Jesucristo. Pero la realeza en Israel tiene algo original. En la Biblia, el rey no tiene el poder absoluto. Es Dios quien es rey, es él y sólo él quien gobierna a su pueblo. El rey no es más que su lugarteniente, que debe dar al pueblo, del que es responsable, ejemplo de fidelidad. La infidelidad del rey Salomón respecto de la alianza con Dios, será la causante del fin de la realeza en Israel. Sin embargo, en la época de Jesús, se extiende la creencia en un Mesías restaurador del reino de Israel. Se sustenta sobre todo en la humillación que padece el pueblo judío, en la situación de ocupación por parte de los romanos, y en su deseo de no perder su identidad. Los discípulos de Jesús creyeron hasta su partida que él había venido como Mesías, para restablecer la realeza. «Señor, ¿vas a restablecer ahora el reino de Israel?» (Hechos 1,).  
   
Ante esta expectativa, las palabras empleadas por Jesús no carecen de ambigüedad. Se puede, en efecto, tomarlas en dos sentidos diferentes. Él inaugura su vida de predicación proclamando la proximidad del Reino de Dios (o el de los Cielos, lo que viene a ser lo mismo); bajo esta palabra, se puede ciertamente imaginar tanto un reino temporal como un reino espiritual. Aun cuando él mismo se muestra reservado ante el título de rey que le quieren atribuir, y se enfurece cuando lo quieren hacer rey (Juan 6, 15), reconoce sin embargo una forma de realeza: «Tú lo has dicho: Yo soy rey» (Juan 18, 37), le respondió a Pilatos que buscaba en él un motivo de condena. Cuando Jesús utiliza estas palabras de la tradición judía, les da el sentido bíblico que tenían.  
   
Si hay un reino, este reino no es de este mundo. Por tanto no tiene nada que ver con un poder, una policía, un ejército. Jesús es explícito incluso a este respecto: si tal hubiera sido el caso, «mis seguidores hubieran luchado para impedir que yo cayese en manos de los judíos» (Juan 18, 36). Su reino está desprovisto de toda connotación política. Los evangelios incluso nos dicen que ya está presente, aunque de modo ínfimo y poco visible, como el grano sembrado o la levadura en la masa; es decir, lleno de potencialidades insospechadas.  
   
Le Christ-Roi Si es rey, es un rey a la inversa, se podría decir: se deja aclamar el día de Ramos, pero montado en un burro, la montura de los pobres. Su fuerza se manifiesta en la dulzura, su poder en la impotencia de un condenado clavado en una cruz, el Altísimo se hace el Bajísimo. Le llaman rey burlándose: revestido de un ridículo manto real y coronado de espinas.
Pero, es en este abajamiento en el que resplandece la realeza del amor –amor capaz de transfigurar a las personas y al universo entero. Porque este reino que Jesús ha venido a anunciar, lo ha inaugurado liberando a los cautivos de sus ataduras, curando a los enfermos, reinsertando a los excluidos, y esta tarea es ahora la nuestra.
 
   
Cuando a comienzos del siglo XX, se instituyó la fiesta de Cristo Rey, se trataba de recuperar el poder que se le iba escapando a la Iglesia en un contexto de secularización. Parece que esto se asemejaba bastante a la realeza triunfante esperada por los primeros discípulos.
Utilizar a un Dios todopoderoso en provecho propio sigue siendo una tentación siempre presente. Pero esto desfigura la imagen del Dios humilde, sufriente y asombrosamente amante que Jesús vino a revelarnos.